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martes, 18 de marzo de 2003

Roitman | La Lógica de Aznar

Con este texto publicado en La Jornada su autor, Marcos Roitman, hace una precisa disección de los motivos detrás del actuar de José María Aznar en favor de la aventura belicista de George W. Bush.

Tras leer el contenido debe quedar claro al internauta que nos visite un matiz muy importante; no es Aznar, es el PP y luego entonces, es la monarquía española, esa que se parapeta detrás de la Constitución del '78 pero que en realidad es la garante de los intereses del gran capital, tanto español como internacional.

Aquí lo publicado:


La lógica de Aznar

Marcos Roitman Rosenmann

Una sensación de incredulidad y desconcierto aflora en la mayoría de la ciudadanía española ante la actitud belicista y el apoyo incondicional a la política de Estados Unidos mantenida por José María Aznar en el conflicto contra Irak. Muchos no atinan a visualizar las razones políticas que han llevado al gobierno de la monarquía a tomar una postura, cuyas consecuencias en el interior de la Unión Europea son imprevisibles.

Si buscamos una lógica deberíamos ir más allá de la contingencia y pensar que las decisiones responden a una estrategia de medio y largo plazos diseñada entre el líder de los populares, sus asesores y el consejo político del partido. Si esta hipótesis es plausible, estamos asistiendo a una elaboración consistente en la que se sopesaron riesgos, efectos negativos y positivos a la hora de patrocinar la guerra diseñada por George W. Bush.

Puestos pros y contras en la balanza, pareciera ser que el resultado inclinó el platillo hacia el lado de los beneficios. En este sentido todo cambia. Nada es azaroso y existe una previsión razonable de los acontecimientos. Es una locura pensar que España está en manos de un iluminado que no consulta sus decisiones, comprometiendo el futuro de toda una organización, cuyo objetivo es mantenerse en el poder el mayor tiempo posible. Por ello, debemos pensar que la lectura que realizaron los analistas del Partido Popular (PP) contaba con las movilizaciones masivas de no a la guerra. Por consiguiente, tampoco su soledad en el Congreso buscando apoyos para aprobar su comportamiento sería sorpresa. No se trataba de convencer a la opinión pública, ella la tendría enfrente en forma de plataformas sociales alentadas por los sectores sociales más sensibles a la guerra y por los representantes del mundo de las ciencias, las artes y de la cultura. Todo lo anterior era considerado un costo de la decisión. Sin embargo, todo debía estar atado, y bien atado.

Revertir a corto plazo dicho handicap sería un objetivo posible. Para contrarrestar la avalancha de críticas se asignan papeles y se articula un discurso único. Ministros, dirigentes y diplomáticos deben transmitir sin fisuras un lema: somos responsables, no nos importan abucheos ni desplantes. No somos belicistas, nuestro compromiso es salvar al planeta del terrorismo y la amenaza de destrucción que supone para el mundo civilizado el poderío militar de Saddam Hussein en Irak. Con ello las protestas y manifestaciones se engloban en un pacifismo mal entendido y por ende peligroso para la paz mundial.

Luchar por la paz es hacer la guerra al dictador iraquí. Cualquier otra alternativa sólo puede entenderse, en España, como estrategia electoralista. Así, participar y manifestarse contra la guerra debe interpretarse como un acto lúdico poco responsable o descabellado en políticos serios. Se trata de gobernar. Estar en contra de la guerra lo estamos todos. Pero hay ocasiones en que ésta se muestra inevitable. La responsabilidad en la lucha contra el terrorismo mundial obliga a tomar opciones no deseadas. Este es el discurso elegido para calar en la ciudadanía.

Hasta aquí las consecuencias. ¿Y las causas? No basta señalar el apego de Aznar a la política estadunidense. Tampoco el servilismo o sumisión son una explicación válida, aunque no descartamos que algo puede haber. Sin embargo, una estrategia como la del PP tiene otros derroteros.

En principio, su análisis de coyuntura es erróneo al pensar que Francia y Alemania, los dos países continentales mas desarrollados y poderosos del área, terminarían por ceder a las presiones estadunidenses y que al final toda Europa, más la OTAN, se plegarían a la guerra. Razón de peso para no desgastarse y apoyar desde el comienzo a Bush. Así, salían victoriosos sin el costo político de tener que cambiar de bando a última hora.

Los estrategas del PP entienden que es momento de mostrar abiertamente su compromiso con Estados Unidos. Si además Gran Bretaña, el aliado natural, tiende un brazo al gobierno de Aznar, éste puede salir fortalecido y recuperar parte de la credibilidad perdida tras el fiasco de la huelga general de los sindicatos, los fastos de la boda de su hija en El Escorial, amén de la catástrofe del Prestige. Todo ello pasa a ser considerado como reversible en el marco de la guerra contra Irak. Ademas, en términos de votos podría evitar un acercamiento del Partido Socialista.

Un éxito en política exterior acompañando a Bush es un plato fuerte. Guerra corta y sin problemas. Los costos políticos se minimizan y el engrandecimiento de Aznar por parte de la administración estadunidense revitalizaría de paso al PP concediéndole un respiro necesario. Las prebendas que Estados Unidos estarían dispuestos a otorgar al PP por su incondicional apoyo se concretarían en su posterior papel en el proceso de reconstrucción de Irak. Empresarios contentos y empresas con beneficios. Las voces internas tendrían que callar y rendirse ante la evidencia. La estrategia diseñada tendría una lectura interna favorable a las políticas desarrolladas por el gobierno. Seguramente Estados Unidos podría presionar al G-7 para incorporar a España, lo que se traduciría en más credibilidad para la política económica desarrollada por el ministro Rodrigo Rato, aupándolo como posible sucesor de Aznar. Mientras éste piensa en algún honroso puesto en organismos internacionales. La estrategia es por tanto estrictamente partidista.

Las consideraciones acerca del papel que España puede jugar como país de la Unión Europea en la construcción de una política alternativa al unilateralismo estadunidense son menospreciadas en beneficio de una consideración electoral de supervivencia del PP. En la lógica de Aznar y de sus estrategas la dimensión europea no forma parte del problema. Peor aún, su postura deja entrever el poco protagonismo que se asignan a la hora de incidir en la construcción de una nueva Europa posguerra fría.

Por estas circunstancias la mayoría de la ciudadanía no comprende la decisión tomada. El encuadre no está en la sumisión de Aznar a la política estadunidense. Su camino tiene un recorrido más corto y bastardo: rentabilizar una guerra que a todas luces es un crimen de lesa humanidad. 




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