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viernes, 28 de octubre de 2011

Patadas de Ahogado




El régimen borbónico franquista anda todo desquiciado desde el anuncio del adiós a las armas de ETA inmediatamente después del llamado por parte de los asistentes a al Conferencia Internacional celebrada en Donostia. En este texto publicado en Gara el escritor Antonio Alvarez-Solís desnuda a los "demócratas de siempre":

Restauración de la lógica

Antonio Alvarez-Solís

Los sempiternos reticentes ante la paz vasca, tan duramente conseguida ahora, siguen instalando sus cepos por el iniciado camino de la libertad para mantener viva la posibilidad del conflicto. Así, hablan sesgadamente de «cautela», de «reserva», de «cuidado» no sólo ante ETA sino ante todos los abertzales de izquierda -el habitual y neblinoso «entorno»-, que han hecho una prodigiosa labor para abrir la calle a la paz.

El ácido ministro español Sr. Jáuregui ha llegado a decir que «hay una tremenda subcultura de la violencia instalada en el País Vasco», frase que mediante una correcta hermenéutica se convierte en una muestra de la violencia gubernamental más dolorosa por su insidia moral. La frase, además, le sirve de basamento al ministro de la Presidencia del Gobierno de Madrid para proyectar agravio tras agravio sobre quienes protagonizan su honrada vasquidad al añadir que «hay que reconvertir a la democracia a la izquierda abertzale, que durante años ha amparado el terrorismo». Para el Sr. Jáuregui sigue siendo «todo» ETA. Ay, estos tercos delincuentes, parece clamar. La escalada en la pretendida humillación culmina con estas increíbles palabras referidas al abertzalismo que el Sr. Jáuregui no entenderá jamás: «Tenemos que enseñarles democracia». Me gustaría saber qué entiende por democracia este prepotente ministro de visaje avinagrado, que incluso en esta hora de satisfacción para toda la comunidad insiste en referirse al País Vasco como denominación desleída de lo que realmente habría de llamar Euskadi o, mejor, Euskal Herria. Sr. Jáuregui ¿por qué ese empeño en que no funcionen las cosas que son gratas a la mayoría de los ciudadanos que habitan la tierra euskaldun? ¿porqué esa terquedad en ser comisario de lo imposible?

Y ahora vayamos a la Iglesia que han reorganizado para hacer frente a la trabajada concordia en el pueblo vasco. Nada parece más tristemente embozado, ante la apertura de la puerta santa de la paz, que esa reiteración de algunos prelados sobre la necesidad de alimentar en toda su significación de desencuentro el dolor por las víctimas de los atentados. ¿Cómo pretenden esos prelados que haya de conservarse tan señaladamente ese dolor para que no se atenúe en forma alguna? Además digámoslo con cierta acritud: ¿dolor puro por las víctimas o dolor por la ganada dimensión política de Euskadi?

En cualquier caso, y evitando todo tipo de maliciosa insinuación, el dolor no sólo ha de respetarse sino ofrecerlo cristianamente y desde el altar por la iniciada reconciliación, teniendo en cuenta además el «otro» dolor profundísimo que siguen sufriendo los vascos por los innumerables asesinatos y laceraciones padecidas durante la rebelión de Franco -casi cincuenta años de rebelión- tan apoyada por una gran parte de la Iglesia española que denominó Cruzada a la gran masacre que fue su consecuencia. Estos últimos dolores nunca fueron puestos bajo palio. España, señores obispos, no es una cuestión sagrada a adjetivar en su reserva de principios sino un concepto histórico que, en este caso, debe someterse a análisis por todo lo que contiene. No se trata de un sacramento universal sino de una cuestión exactamente política.

Pero volvamos al tema realmente importante ¿Qué hacer ante tales campañas desvalorizadoras del tránsito hacia una verdadera democracia? ¿resguardar viejas e hirientes estructuras de poder y dominación o reparar las quebraduras del camino para marchar con la frente alta hacia la libertad y el encuentro?

Hablemos claro y por derecho, porque me parece que en multitud de los reparos que se están haciendo a la nueva y esperanzadora situación no hay, por parte de algunos discursos, unas lágrimas que muestren un alma limpia de todo interés material sino el temor a que la libertad vasca dé paso a un ejemplo de vida dignamente democrática ¿Se pretende escuchar con decencia y consideración a un pueblo o se intenta mantenerle en la situación de dependencia en que hasta ahora se le ha mantenido?

La llama hiriente del soplete unionista sólo está orientada a fundir como sea la unidad del soberanismo, presentado como una expresión criminal y no como una manifestación ideológica digna de todo respeto y de un debate abierto y honesto. Todos lo estamentos españoles, incluídos los vascos hibridados de españolismo, orientan su agresivo lenguaje en esa dirección, produciendo con ello un daño difícilmente reparable entre la calle vasca y la calle española, daño que resultará sobre todo doblemente sensible cuando Euskal Herria sea una realidad soberana fronteriza, como es obvio, con España. Lo más torpe de esta política de fomento del desencuentro es que no tiene en cuenta ese futuro que quizá esté más próximo de lo que se supone.

Más aún, sobre el horizonte de un porvenir republicano, que es el único futuro razonablemente visible para toda la península ibérica, ese desencuentro podría dificultar incluso la tarea de un federalismo bien orientado hacia la colaboración de pueblos amantes de su libertad ahora sometida a los tráfagos ansiosos de un Imperio globalizador que se desmorona. España parece haberse especializado en aventar la mies en lugar de agavillarla. Es como si gramaticalmente no fuera nunca presente o futuro sino un pretérito perfecto.

El mundo actual tiene ante sí una tarea fundamental: restaurar la severa lógica que exigen los hechos significativos que se van produciendo. Por ejemplo, en este caso, el hecho de la voluntad soberanista dominante en Euskal Herria. No se puede seguir operando con silogismos falsos a fin de producir razones asimismo inválidas e incluso penetradas por una malignidad particularmente dañina. Es hora de desenredar el discurso político que manejan la mayoría de partidos e instituciones a fin de convertirlo en un lenguaje con que pueda operar el pueblo.

El pueblo precisa con urgencia entender y ser entendido a su vez. Hay que destrabar obstáculos para que las negociaciones se conviertan en universales y accesibles. Frente a unos poderes que contaminan las aguas para que perezcan sus especies vivas se debe recobrar un sentido de sociedad repleto de un largo alcance. El problema es, por tanto, hondamente moral. Y para un problema de esa índole es preciso imperiosamente un lenguaje asimismo tributario a una moral abierta y sana. Todo lo que no sea navegar hacia ese horizonte abierto y oxigenado equivale a engañar a la calle y producir en ella sectarismos y taifas que solamente benefician a las capas explotadoras de la sociedad ¿Es tan difícil entender reflexión tan sencilla? Resulta irónicamente triste que la elección de gobernantes en la hora que vivimos se reduzca a triar entre lo malo y lo peor.

Aeste respecto me pregunto una y mil veces si no ha llegado la dolorosa hora, con todos los sacrificios que la empresa demanda, de convertir la calle en una explosión volcánica que reforme el fondo y la superficie de la convivencia. En parte la lava sube ya a la superficie y en el fondo social se conmueven muchos fundamentos. Sólo hace falta convertir todo eso en una empresa orgánica. Pero no vayamos más allá del suceso que nos ocupa.

Euskal Herria ha entrado de lleno en un proceso que no le afecta a ella únicamente sino que genera sugestiones e ideas para muchos pueblos que se encuentran en su misma situación política. Recuperar el perfil propio de cada nación y su capacidad de gobierno implica una ventilación poderosa de la existencia humana en libertad, paz y dignidad. Ante todo hay que recuperar el bienestar moral.


Jauregui, ¿cómo puedes montarte en el "corcel de la superioridad moral" cuando como vasco has seguido afiliado al PSOE aún después de los GAL?¿Sabes que en Euskal Herria hay opciones de militancia izquierdista auténtica y honesta, y no esa chapuza madrileña al servicio de la monarquía y la oligarquía?


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