Un amigo con el que compartimos los espacios cibernéticos de EuskoSare nos ha recomendado este apunte biográfico publicado en Eusko News:
Atahualpa Yupanqui: Don Ata, el vasco
Sergio Recarte
Hace 102 años, nacía Héctor Roberto Chavero Harán, conocido mundialmente como Atahualpa Yupanqui, “Tierra que anda”, en lengua quichua. Una de las voces poéticas más notable de Argentina cuyo destino fue el de empuñar la guitarra y cantar con la firmeza de su sangre criolla y vasca.
“Soy hijo de criollo y vasco, llevo en mi sangre el silencio del mestizo y la tenacidad del vasco”, así, de este modo, dejó constancia Atahualpa Yupanqui, don Ata como cariñosamente lo llamaban los hijos de esta tierra, su origen y el carácter con el cual transitó su existencia. Nació el 31 de enero de 1908, su madre vasca lo parió el paraje bonaerense de Campo Cruz, partido de Pergamino en la provincia de Buenos Aires. A su padre, empleado ferroviario, le corría sangre india de varias generaciones aunque como lo reconoció el propio Atahualpa, “el apellido Chavero también es vasco, llegó a escribirse Xabero hasta el año 1860... provenían los Chaveros de Pamplona”. Su madre, Higinia Carmen Haran también era vasca, “vengo de Regino Haran, de Gipuzkoa, que se plantó en medio de la pampa y levanta un rancho”.
El autor del Coplas del Payador Perseguido, —entre otras notables creaciones suyas—, realizó algunas visitas al País Vasco, el impuso de su sangre vasca lo llevó a estas tierras. Según me lo aseguró en una ocasión Roberto Chavero, hijo de Don Ata, su padre sentía un profundo orgullo del lado vasco de su sangre como percibía también las fuerzas de los buenos valores de este noble origen. “Él estuvo en varias oportunidades en el País Vasco, no solamente para actuar, sino que era su costumbre recorrerlo sin darse a conocer. Del País Vasco conservo fotos de mi padre tomadas por un amigo suyo y hay cartas escritas desde allí”, atestiguó.
En alguna de esos viajes, Atahualpa recordaba que “al atravesar el País Vasco el paisaje me cautivaba, pino, mar y monte, ésa era la patria de mi madre y se apoderaban en mi una profunda emoción, fruto de ese estado de ánimo compuse unos versos que titulé, Madre Vasca”. Sin duda, Yupanqui logró cautivar algunos corazones en Euskal Herria como queda registrado en un artículo periodístico originario de Donibane Lohizune (San Juan de Luz) del año 1978 y en donde se refleja una situación de extrema dureza política: “A Atahualpa lo queremos, porque es querido el que viene con paso de hoja seca. Es bienvenido todo aquel que bien a romper de afuera el bloqueo cultural de años. Atahualpa Yupanqui es tan de casa como Lertxundi, Lete, Lupe, Knör o Iriondo”.
En algunas de las muchas cartas que escribió a su mujer Nenette, que vivía en Buenos Aires, se pueden encontrar varias referencias del artistas sobre su presencia en Euskal Herria, por ejemplo una de ella fechada en marzo de 1968 donde dice lo siguiente: “Tendré diez días de vacacione de Semana Santa, en que iré a Bilbao, pues tengo amigos allá, muy gentiles y caballeros que han formado un Club de Amigos de Yupanqui...”.
En el año 1969, Atahualpa le escribe a su esposa. “Tengo actuación en Zaragoza, después en Pamplona, de ahí salieron los Chaveros hacia Argentina, porque como sabes, mi apellido paterno también es vasco, de Navarra...”.
Esa íntima y honda relación con la patria de su madre vasca, sus contactos y reiteradas visitas, dejan huellas en tierras vascas y por extensión a ciertos ambientes de la canción vasca. Quizás, el que más veces confesó admiración hacia el trovador argentino ha sido el cantante y compositor Mikel Laboa. En una entrevista para Euskonews tuvo palabras de elogios para Atahualpa: “Toqué con él en San Juan de Luz, hará unos 15 años y la relación fue muy buena, Yo lo admiraba y le recordé su visita a San Sebastián donde lo conocí. Le expliqué que yo cantaba canciones suyas. Nos arreglamos muy bien...”.
Efectivamente, Mikel Laboa incorporó en su amplio repertorio canciones de Yupanqui, una de ellas: “Piedras y camino” será la más emblemática de todas. Llegado a este punto bien puede valer las palabras que un día me acercó el amigo Mikel Ezkerro refiriéndose a nuestro querido Don Ata: “Atahualpa dejó su canto argentino en tierra vasca, como amante de la libertad. Un don universal para todos los hombres del mundo, tal como lo manifestó José María Iparraguirre en el Gernika Arbola”.
Fallecido el 23 de mayo de 1992, sus cenizas descansan al pie de un roble, allá en su entrañaba paraje cordobés de Cerro Colorado. Al respecto su hijo me ilustraba sobre este suceso: “El árbol fue plantado por mi madre. Ella eligió el roble porque para los pueblos más antiguos de Europa es un árbol sagrado, un símbolo de la libertad”.
Coincidencia significativa. Por un lado, el roble de Cerro Colorado, en el norte de la provincia de Córdoba, a la orilla de un humilde arroyito serrano, donde descansa quién de la libertad hizo un culto donde no cabía las claudicaciones ni el fingimiento. Por el otro, más allá del inmenso mar, el Roble de la villa vasca de Gernika, el mismo árbol sagrado que los vascos, pueblo tan antiguo como ningún otro en Europa, veneran desde tiempos inmemoriales como símbolo de la libertad y la identidad nacional.
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