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miércoles, 17 de julio de 2013

Gil de San Vicente | Lucha de Clases y Violencias

Mucha atención con lo que se delinea en este texto que nos han hecho llegar por correo electrónico:

Lucha de clases y violencias

Iñaki Gil de San Vicente | Rebelión

Alrededor de 350.000 trabajadoras y trabajadores de la CAV están  sufriendo una premeditada agresión psicosomática por parte de la burguesía de este Territorio, mientras que en Nafarroa varios miles más ven cómo empeoran sus condiciones de vida y trabajo debido a la enésima claudicación de UGT-CCOO frente a la patronal. En esta parte de Euskal Herria, la clase trabajadora explotada en la industria y por extensión el conjunto de la clase trabajadora en  sí, ya sabe que su presente ha empezado a ser peor que su pasado inmediato, con  lo que se endurece la agresión capitalista en la cotidianeidad.

Otras naciones oprimidas sufren esencialmente lo mismo, por ejemplo, en Catalunya alrededor de 120.000 trabajadoras y trabajadores de sanidad y transporte se encuentran en la misma situación, y Galiza y otros pueblos no les andan a la zaga. El bloque de clases dominante en el Estado español está aplicando masivamente los nuevos instrumentos de violencia puestos a su disposición por las llamadas «reformas»  del PP, eufemismo que oculta nada menos que la intensificación del ataque general del capital contra el trabajo.

Cualquier valoración de la situación de las clases explotadas exige tener en cuenta, como mínimo, cuatro tendencias insertas en la totalidad de la lucha de clases: el contexto socioeconómico y  político, la relación de fuerzas entre el capital y el trabajo, el nivel de  pobreza relativa y absoluta, y el nivel de precariedad social. Las tres primeras son dinámicas tendenciales que dependen de la lucha de clases; pero la cuarta,  dependiendo también de ella, se caracteriza sobre todo por ser una dinámica  ineluctable del modo de producción capitalista en concreto, y de todo modo de producción basado en la propiedad de las fuerzas productivas, en general. En el  capitalismo, la precariedad vital tiende ineluctablemente al alza debido a la  ciega e irracional necesidad objetiva al máximo beneficio burgués lo que exige la mercantilización de absolutamente toda la realidad.

Las violencias que el capital ejerce sobre el trabajo, desde la sorda coerción laboral, hasta el terrorismo fascista pasando por el patriarco-burgués y, sin extendernos, por las  culturales, simbólicas, mediáticas, etc., inherentes a la democracia burguesa, estas violencias visibles e invisibles, tienen como objetivo reforzar preventivamente la efectividad ordenancista y pacificadora de la alienación y del fetichismo. Conforme la pacificación se debilita ante el ascenso de la lucha  popular, el Estado van centralizando y concentrando sus violencias y las  paralegales y extralegales ejercidas por la burguesía. El Estado es, entre otras  cosas, el centralizador estratégico de todas las sutiles y brutales violencias  del capital en cuanto relación social que se expande devorando trabajo vivo, de modo que en los períodos de orden y pasividad permite que muchas agresiones cotidianas difícilmente perceptibles actúen con relativa autonomía, invisibles a  simple vista, y reforzando la apariencia democraticista y parlamentarista; pero cuando la crisis irrumpe y con ella aparecen al alza las prácticas defensivas  populares, el Estado acelera la centralización estratégica y táctica de sus  múltiples recursos. Buena parte de las «reformas» del PP, del PSOE y de UPN y  PNV, son síntesis de violencias menores concentradas en otras más amenazantes  que anuncian represiones más destructivas. El nuevo código militar que va a imponer el PP es un devastador ejemplo.

Cuando hablamos de la agresión  psicosomática que supone la deliberada posposición burguesa de la firma de los convenios colectivos, no hacemos sino profundizar teóricamente en la tendencia históricamente ineluctable al aumento de la precariedad vital del pueblo  trabajador. La precariedad vital es la absoluta indefensión humana ante el destino social en su peor sentido, el de ser un objeto pasivo en manos de la irracionalidad capitalista. Ningún dios creado por la alienada mente humana ha alcanzado nunca el poder terrorífico de la precarización existencial de la  fuerza de trabajo en el capitalismo, ni siquiera Moloch que engullía niños vivos  para quemarlos en su entraña. La civilización burguesa engulle fuerza de trabajo  y la mantiene viva dentro de la explotación directa, en su horno, pero también  fuera de ella, en la explotación indirecta que se sufre en la cotidianeidad realmente subsumida en la reproducción ampliada del capital. La más espeluznante descripción del Infierno o de Cthulhu palidece ante los dañinos efectos psicosomáticos de la precarización capitalista por el simple hecho de que es prácticamente imposible que alguien se suicide, se vuelva drogodependiente o ludópata, caiga en una insondable depresión, aplique el terrorismo machista y/o racista, etc., por leer a Dante o a Lovecraft, aunque pueda disfrutar de un controlable temor difuso con estas fantasías alucinantes.

La pobreza  creciente, el desempleo estructural, el deterioro psicosomático, la infelicidad en aumento, el retroceso de las capacidades sexo-afectivas por el impacto de la  crisis y de las inquietudes y miedos que genera, el aumento de la prostitución y de la delincuencia social como recursos desesperados, la multiplicación de  drogas químicas baratas, la denominada «generación perdida», el retroceso legal  o práctico de derechos elementales que ya no pueden practicarse por el empobrecimiento como el divorcio, la cultura, el tiempo libre, la proliferación  de las tensiones cotidianas intrafamiliares y matrimoniales, en la misma  convivencia social, nada de esto es una fantasía, son realidades estructurales  en aumento y de casi imposible reversión, a no ser mediante la lucha  revolucionaria contra la civilización del capital. Un infierno en vida que  decenas de miles de familias trabajadoras saben que empeorará aún más cuando la  burguesía endurezca su dictadura salarial.

Violencias especialmente dañinas  inherentes a la precarización son las que surgen del tránsito del incipiente  capitalismo comercial de Hobbes, con el lema de homo homini lupus, al  imperialismo financiero-industrial actual con el lema de homo homini Mercator.  El primero reflejaba las limitaciones históricas de la penetración del fetichismo incipiente, incapaz de comprender que el humano burgués llegaría a  ser un mercader frío y calculador, con mente y deseo financiarizados, que lo  reduce todo al precio de la mercancía.

El lobo es social, el financiero es  antisocial, llevando a su última expresión el lema de «todos contra todos». El  shakesperiano Mercader de Venecia jamás sospecharía el salto cualitativo que  supuso la financiarización imperialista, el FMI, el BM, Walt Street, la UE, el  club Bilderberg, etc., y el egoísmo insolidario, racista, del voto popular que  gira al neofascismo. Un voto que baila alegre entre las violencias cotidianas  que él mismo justifica.

Cuando la burguesía vasca, también esa pequeña burguesía  a la que no nos atrevemos a criticar, retrasa con delectación sádica la firma de los convenios colectivos muestra cómo ha avanzado del homo homini lupus al homo homini Mercator.

Ahora bien, hasta aquí sólo hemos estudiado una parte del  problema ya que la otra es la decisiva actuación del imperialismo franco-español contra el pueblo trabajador vasco. Una sin la otra no se sostienen. El salto de  las violencias hobbesianas a las financieras actuales sólo ha sido posible en Euskal Herria gracias a la simbiosis entre la burguesía vasca en ascenso y el imperialismo español y francés. La memoria popular lo sabe y por esto, para borrarla, el Estado español ha multiplicado la guerra cultural para imponer la  mentira y la amnesia histórica en algo vital como es la conciencia sabia y  cierta del origen de las violencias que padece nuestro pueblo, de las causas e  intereses que la mantienen y la actualizan por medio de la precarización de  nuestra existencia, entre otras prácticas.






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