Iñaki Egaña, desde Facebook, nos regala este texto en el que reivindica la forma de lucha del pueblo vasco, misma que durante décadas fue severamente cuestionada y duramente criticada por muchos que hoy ya ni siquiera aparecen en el tablero de la lucha por la liberación de la clase obrera.
Adelante con la lectura:
Praxis
Iñaki EgañaDicen que el papel lo soporta todo, al igual que la teoría, que aguanta lo que le echen. Es asimismo notorio ese supuesto enfrentamiento entre la ideología y el pensamiento científico. Y aparente porque cualquiera de nosotros, por muy científicos que seamos, tenemos nuestra peculiar interpretación ideológica de la realidad y, en consecuencia, su aproximación a ella parte también de principios ideológicos.
En esta línea de relativizar, también es idea avanzada la de que teoría y praxis se complementan. No tengo respuestas concretas, pero si dudas a que sea siempre así. Las teorías que circulan entre nosotros, ideologías o parte de ellas, a fin de cuentas, tienen unos soportes conceptuales exclusivos. Incluso son consideradas, por algunos sectores, como verdades absolutas, inamovibles como si se trataran de revelaciones religiosas. Sin embargo, su puesta en la calle tras su notificación en texto es un rotundo fracaso. En general por la falta de mimbres.
Para salvar el escaño de la incertidumbre permanente y no caer en las redes del escepticismo sistemático, el juego habitual, al menos el que marco en mis reflexiones, es el mismo que se hizo famoso en un anuncio televisivo de un producto de limpieza hace ya varias décadas: la prueba del algodón. El algodón, anunciaba, no engaña. La condición que se tiene que cumplir para que algo sea cierto. Porque la teoría, y por qué no también la ideología, efectivamente son capaces de definir cambios y sediciones. Pero las revoluciones se dan con la praxis. Sin ella, todo es humo.
No quiero con ello desmantelar la retaguardia teórica que necesita toda subversión. Simplemente resaltar que, en tiempos de crisis o lo que es similar de transición, que es uno de esos momentos en los que estamos inmersos, las teorías y recetas se prodigan como setas. Análisis, contranálisis, estudios, diagnósticos y toda una retahíla de sustantivos para refugiarse en la certeza de las necesidades. Con toda probabilidad, la mayoría de estos trabajos tendrá una parte sólida. De cualquier zurrón se puede rescatar un juicio atinado.
Desde la izquierda europea y en Euskal Herria sabemos mucho de esto, durante tiempo recibimos las recetas universales e imprescindibles para encarrilar nuestro proceso de liberación. Por lo general, la mayoría de las tendencias criticaban nuestra praxis. Hoy, apenas quedan restos de aquellos supuestos transatlánticos revolucionarios, mientras nosotros continuamos navegando hacia nuestros objetivos. Entre mareas vivas y tormentas que dañaron el casco de nuestro barco. Pero en auzolan hemos sido capaces de reconstruir las grietas una y otra vez. Es uno de los grandes valores que atesora el pueblo vasco.
En otras partes del planeta sucedió algo parecido. Los consejos, las normas estándares revolucionarias sobrevolaron sobre experiencias locales y nacionales. Cuando las luces brillaban en las insurrecciones latinoamericanas, llegaron los teóricos blancos para señalar el camino correcto. Mientras hombres y mujeres anónimos combatían en las selvas húmedas de Matagalpa o en la desembocadura del Mekong, las sombras teóricas ubicadas en Madrid, París o Londres remarcaban la presunta necesidad de aplicar conceptos auténticamente revolucionarios.
Entre nosotros, los ritmos, las etapas, los enfrentamientos, se marcaban desde la calle, en la práctica. No hubo toneladas de material reflexivo para saber que la proyectada central nuclear de Lemoiz era un monstruo dentro de nuestro territorio, que la ocupación militar coartaba nuestras ansias de libertad, que nuestra comunidad la formaban quienes vendían su fuerza de trabajo en Euskal Herria. Es más, me atrevería a dejarlo escrito que la teorización de la anisada revolución vasca fue escasa, que algunos trabajos incluso fueron marcianadas pegadas al contexto universal. Y que incluso algunos de los mitos-base de la ideología de la izquierda abertzale no fueron siquiera originales, sino un corta-pega de otras experiencias coetáneas.
Y, sin embargo, con un bagaje teórico relativamente pobre del proceso de liberación, para lo que nos pedían los “profesionales” levantiscos, logramos sobrevivir. Mientras, nos hemos hecho mayores, y hemos perdido la inocencia. Y hemos trajinado por caminos inéditos, gracias a la audacia que reclamaba Danton para sus contempéranos revolucionarios. Pero también es cierto que la práctica, siempre con más peso que la teoría, nos enfiló por los caminos que ahora transitamos. No fueron precisamente cuatro textos.
Hoy -recupero la reflexión de la crisis y la transición- la práctica parece condenada a ser refugio de nostálgicos. Como si la política se debiera alejar de la calle para asentarse en sedes, redes sociales y cubículos donde se fragua la teoría adecuada para configurar la manera maestra de actuación. Las reglas revolucionarias.
Me dirán que los tiempos han cambiado, es cierto. Que el contexto marca otras necesidades. Cierto. Que hay que recuperar las formas. Siento, sin embargo, que hay cualidades sino eternas si al menos duraderas. Sin pisar la calle no hay cambio. Sé también que el perfil del militante se ha alterado, con los tiempos. Pero sin compromisos personales las 24 horas del día no hay cambio posible. ¿Comunista el fin de semana, consumista de lunes a viernes? ¿Revolucionario en ciertos aspectos de la vida, capitalista acérrimo en otros?
No quiero dar la impresión de avalar a mi generación por encima de otras. Tampoco ofrecer un sello pesimista. No lo soy. Porque en estos tiempos de crisis, son miles los hombres y mujeres que patean la calle en decenas de proyectos alternativos, que creen en el kilómetro cero, que hacen grande al euskara, que dan fuerza diariamente al movimiento feminista, que defienden nuestro territorio ante las agresiones, que sudan en el tajo por mantener condiciones dignas. Ellas y ellos son nuestros mejores mimbres. A pesar de su anonimato, esa es la auténtica dirección política del proceso de liberación. Como lo ha sido durante las últimas décadas.
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