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viernes, 1 de julio de 2022

Egaña | El Pacto de Marrakech

Traemos a ustedes la reflexión de Iñaki Egaña acerca de la masacre de migrantes perpetrada en Melilla en días recientes. Para ello, Iñaki nos recuerda la impunidad de la que gozaron los autores intelectuales y materiales de una masacre de migrantes anterior, la ocurrida en la playa de Tarajal.

Como acostumbra, es implacable con sus planteamientos.

Adelante con la lectura:


El Pacto de Marrakech

Iñaki Egaña

Las decenas de muertos intentando salvar la valla de Melilla que separa a dos reinos, el de España y el de Marruecos, han desvelado, una vez más, la actitud xenófoba e inhumana de quienes dirigen los designios en esta ocasión de la política migratoria de la Unión Europea. Sin las imágenes de la tragedia, las mentiras y justificaciones de Madrid y Rabat habrían pasado por medias verdades. Con la muerte al frente de las lentes de celulares y cámaras, sin embargo, las declaraciones, en especial las del presidente español Pedro Sánchez, han sido un hito más en la apología inacabada de esa violencia que defienden los poderes económicos para mantener su estatus.

No hay más hipocresía que la del freno a la migración. Somos una más de las especies que se expandieron por el planeta, cuando únicamente ríos y montañas hacían de muga a la propagación. Nada nuevo durante milenios: hambrunas, guerras, cambios ambientales, saturación de hábitats, transformaciones sociales. Si no llega a ser por una sostenida y considerable evolución en ciertos ecosistemas africanos hace un puñado de millones de años, aún compartiríamos las copas de los árboles con chimpancés, bonobos y gorilas. Obviamente sin la nominación humana. Seríamos algo así como “chimpabobos”. Nos quitaríamos las garrapatas en grupo, comeríamos bayas y hormigas, nos masturbaríamos frente a los baobabs y aprenderíamos diversos gritos comunales para anunciar el peligro. ¿Internet? ¿Viajar a las estrellas? ¿Shakespeare o Bach? Alucinaciones con peyotes y monguis.

Durante siglos, las elites conformaron escenarios cerrados para someter a sus súbditos. Con posterioridad, cuando nacieron los estados, los más poderosos aspiraron a tener más terrenos y más siervos que sus vecinos. Incluso poblaron sus pertenencias con presos, desplazados, migrantes y llegaron a conformar el estadio actual. Banderas, himnos, patrias, sentimientos de cohesión y… fronteras. Continuó mientras el despojo, especialmente en la época colonial. Migraciones de todo tipo inflaron y desinflaron espacios. Ahora no son sino letras del pasado, agua que inunda océanos. Hoy estamos al borde del precipicio.

Así, las migraciones han tomado un camino ya irreversible. No podemos hacer comparaciones con épocas pasadas, ni siquiera con aquellas que llevaron a nuestros antepasados a sobrellevar el mayorazgo, evitar el servicio militar o buscar alimento. Dicen que Chile fue poblado en un alto porcentaje por aquellos vascos que marchaban de su hacienda. Hoy, no existen tierras vírgenes, ni indígenas a los que robar y despojar de sus dominios. El planeta está globalizado por una elite económica que saquea a espuertas.

Empresas norteamericanas expolian los bosques centroamericanos para sus centros de comida basura. Rothschild se hace con parte de nuestras viñas en la Rioja, Monsanto compra tierras en medio mundo, siempre en la periferia, y Goldman Sachs, JP Morgan Chase, Credit Suisse y otros adquieren reservas de agua en Brasil, Ecuador o Perú. Empresas belgas, norteamericanas y alemanas se hacen con el coltán en Congo para fabricar los smartphones, mientras que, en Malí, más de 2.000 civiles han muerto en los últimos meses en atentados yihadistas incitados por Occidente.

Y, en ese saqueo, han mantenido reglas medievales. Más de cinco millones de ucranianos se han exiliado tras la invasión del Ejército ruso. Esparcidos por Europa, han sido bienvenidos y apoyados en su éxodo. Son blancos, arios. Millones de desplazados por otras invasiones, en cambio, son sistemáticamente rechazados. Sirios, yemeníes, libios, malienses… son el reverso. Expulsados como si se tratara de demonios. Denigrados y hace unos días en la valla de Melilla ajusticiados. Con esa justicia que pregonó Pedro Sánchez.
La irreversibilidad de las migraciones está avalada por la caducidad que va marcando nuestro planeta. Gases de efecto invernadero, cambio climático, abuso de los combustibles fósiles, falta de materias primas, crisis energéticas, escasez de agua… y acaparamiento de elementos básicos para la vida en comunidad. No hay perspectivas de transformación real y hoy estamos más cerca de las escenas de la película “Don't look up” (No mires arriba) de Adam McKay de 2021 que de los párrafos de aquella Utopía que soñó Thomas More en 1516.
Naciones Unidas, ese organismo que colabora a la sociedad del espectáculo, ha abordado recientemente el éxodo mundial (cerca de 300 millones desplazados de sus orígenes) con el llamado Pacto Mundial para una Migración Segura, Ordenada y Regular. Se firmó en Marrakech en los estertores de 2018 y como el tema catalán estaba entonces en el candelero, el periódico español de mayor tirada (no deportivo) destacaba “El primer pacto migratorio mundial se abre paso frente al nacionalismo”. Un titular engañoso, propio de esos charlatanes que en vez de periodistas se han convertido en portavoces de timadores profesionales.

El Pacto de Marrakech fue una declaración de hipocresía supina. Sus 23 puntos, que supuestamente garantizan el derecho a la vida de los migrantes, al acceso a los servicios básicos, a la no expulsión colectiva, son continuamente vulnerados. Papel mojado. Es más, la firma por estados de raigambre xenófoba y racista como España y Marruecos, sirve como aval para cubrir sus espaldas. Para matar en medio de la legalidad en Tarajal o en Melilla.

Como el Protocolo de Kyoto, la Declaración Universal de Derechos Humanos o el Convenio Europeo para la Prevención de la Tortura, el llamado Pacto de Marrakech ha servido únicamente para lavar la imagen de sus firmantes. En la realidad, las políticas migratorias son inexistentes y los marcos para la superación de la pobreza simples destellos de humo. No hay voluntad, ni caminos conjuntos dirigidos a gestionar futuros como especie. En ese terrible escenario, las tragedias se sucederán y los nuevos Pedro Sánchez continuarán ejerciendo de verdugos encubiertos en la piel de oveja de cartas, protocolos y tratados incumplidos.

 

 

 

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