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martes, 10 de mayo de 2011

Entrevista a Saúl Ibargoyen

Desde el portal La Onda Digital traemos a ustedes esta esclarecedora entrevista:


Tomás Andréu

Él no necesita presentación, lo dice su vasta obra. Saúl Ibargoyen es la pluma enciclopédica que canta con ironía, amargura y belleza el “empobrecimiento material, ideológico y espiritual” que sus ojos han visto a lo largo y ancho de Latinoamérica. Nacido en Montevideo, Uruguay en 1930, llegó como refugiado político a México en 1976. Sin duda, el exilio es un parteaguas en la vida de Ibargoyen y al mismo tiempo, es una espuela vital en su obra que recorre la poesía, la novela, el cuento y el ensayo. En esta entrevista arremete contra los gobiernos neoliberales, “las traiciones de la izquierda” y los “indecentes productos materiales, espirituales e ideológicos” que se ven “como nunca se registró en la Historia”. El uruguayo-mexicano también les dedica unas palabras a esos “poetas reconocidos que se lo pasaron o pasan muy bien” sin excluir a esos “narradores de ultraderecha como el marqués Vargas Llosa”. Su tono sociopolítico nos rececuerda a otro de los grandes que ya no está entre nosotros: José Saramago.

- ¿Qué expectativa tiene en su visita a El Salvador en vísperas de iniciar el Octavo Encuentro Internacional de Poetas “El turno del ofendido”?

- La de otras veces en que tuvimos la alegría de participar: un rencuentro o, mejor dicho, la continuación de encuentros anteriores con poetas amigos y con la joven tradición que Metáfora ha logrado establecer en el ámbito socio/literario de El Salvador y otros países. Su consigna, al amparo de Roque Dalton podría ser “poetas del mundo, uníos”.

- A propósito de esta octava edición dedicada a la memoria de la poeta salvadoreña Matilde Elena López y en la cual concurren un importante número de mujeres, ¿qué lectura hace usted de la presencia de la mujer latinoamericana en el ámbito de la poesía?

- Sin la presencia de las poetas en nuestro continente, muchas cosas carecerían de sentido histórico. Tendríamos otra sensibilidad, seríamos menos de lo que somos ahora. ¡Vivan las musas!

- “El turno del ofendido” es el título de un trabajo que nació de la pluma del poeta salvadoreño más importante del siglo XX en nuestro país: Roque Dalton. Tanto Dalton como usted han creado poemarios y textos en suelo mexicano, pero ¿cuándo fue que escuchó por primera vez de este poeta?

- Fue por el muy querido amigo Mario Benedetti, quien había publicado algo sobre él, creo que una extensa entrevista. Luego, en México, la cercanía con su obra se acentuó. Yo había llegado a México como asilado político un año después del asesinato de Dalton. Allá formamos una brigada con su nombre, en apoyo a las luchas liberadoras del pueblo salvadoreño, y en particular al Frente Farabundo Martí [para la Liberación Nacional] (FMLN). Hace unos meses lo recordamos en un acto en homenaje a Dalton.

- A usted se le conoce como "el pronunciador de las eses de la vida: sangre, sudor, semen, saliva, sentimientos, sobrevivencias, sur", palabras que atraviesan gran parte de su obra, no obstante, ¿qué papel ha jugado el exilio en su obra y su visión de mundo una vez que tuvo la posibilidad de volver a su tierra, la cual encontró con otro rostro, otro estado?

- Más allá de la letra “ese”, que es una representación simbólica en mi trabajo, el exilio -que nunca termina- produjo en mí un desgarramiento incurable, sólo atenuado por los viajes que hago a mi patria (o matria) cada año. El regreso, con el fin de la dictadura (1973-1985) y la recuperación de la democracia formal, burguesa, significó el rencuentro con una realidad golpeante. El país estaba casi en ruinas, había un deterioro general, y aunque las fuerzas populares seguían luchando por mejorar el estado de cosas, los cuatro gobiernos neoliberales que siguieron a la dictadura, en muy poco o nada beneficiaron al pueblo. Eso provocó en mí una gran desazón, era otro país: empobrecido en lo material, en lo ideológico, en lo espiritual. Además, hubo traición en las filas de la izquierda, hubo intento de liquidacionismo, de destruir, por ejemplo, al Partido Comunista para debilitar así el Frente Amplio, coalición y movimiento que, pese a todo, es desde el 2005 la fuerza de gobierno.

Todo eso generó en mí un ánimo muy amargo y decidí regresar a México. Ese conjunto de experiencias pasaron, claro, a la poesía y a la narrativa como un acto de fe tanto con relación a mí mismo como respecto a quienes siempre han peleado en Uruguay por las mejores causas nacionales y populares.

- A pesar que su vida terrenal ha fluctuado por su país entre el sur (Uruguay) y el norte (México) y giras por el mundo, ¿la poesía acaba con los alambrados y las huellas del exilio?

- La poesía, o eso que llamamos así, es también un gesto liberador y compartido, o de lo contrario poco importa a la sensibilidad actual en un momento determinado. La lengua poética, que debe ser cada vez más babelizada, puede operar en la conciencia del receptor en cuanto un cuestionamiento a los discursos oficiales y/o dominantes, al discurso único que es sostenido por el pensamiento fundamentalista que circula sobre todo a través de los medios de comunicación de masas. No sólo aprovechar la riqueza intrínseca de la lengua, sino generar nueva riqueza lingüística y espiritual en un mundo acosado por la violencia política, bélica, económica, cultural, ideológica, educativa, religiosa… Una poesía sin fronteras, como ha sido desde hace siglos, pero llevando esas fronteras allende sus mismos límites.

- ¿Qué papel juega lo poesía, el poema, la creación en un México que se hunde en la violencia y en una Centroamérica cada vez más se empañada por este fenómeno?

- Pienso que no tiene un papel decisivo en cuanto a aminorar esos desastres. En parte, mi respuesta anterior atiende a esta pregunta. Es decir, no debemos exagerar la función de la poesía ni menos sacralizar al poeta. Habría que discutir justamente esa función en el mundo actual y en nuestro continente. En verdad, las luchas liberadoras y democráticas se dan abajo, desde el barro social, como alguien dijo. Si los poetas son sensibles a esa lucha y la acompañan del modo que sea, con o sin versos, habremos avanzado bastante.

- ¿Cuál es su lectura del papel que desempeña la izquierda latinoamericana en el poder?

- Hay que mirar país por país. ¿Cuáles son realmente los gobiernos de izquierda? En ninguno de ellos, salvo la República de Cuba, la izquierda tiene el poder. Tiene el gobierno, que es otro asunto. En Ecuador, Bolivia y Venezuela, con matices y diferencias, tenemos relevantes avances en lo social, lo económico y lo político, con independencia de la definición que hagan de sí mismas los partidos gobernantes, a más de que se presentan nuevos actores políticos de enorme peso en las decisiones. Las etnias indígenas, por ejemplo, y las distintas organizaciones de trabajadores, a más de la costosa reconstrucción de las fuerzas de izquierdas tradicionales, muy lastimadas por dictaduras o autoritarios gobiernos de derecha.

En el Uruguay de hoy, con gobierno de centroizquierda, se aplican en contradicción con el programa del Frente Amplio (extensa coalición y movimiento que ganó claramente las elecciones de 2004 y 2009), lineamientos económicos con rasgos neoliberales. Y, en el marco de una economía creciente, se desatiende la distribución de la riqueza, con lo que se niega lo ofrecido al pueblo, es decir “país productivo con justicia social”.

El tema da para mucho, ver qué pasa en Paraguay, Nicaragua… Se agudizarán, sin dudas, los conflictos internos y la presión del imperio será cada vez mayor. No es nada casual el acuerdo institucional entre Chile, Perú, Colombia y México. Debemos apostar a la unidad latinoamericana, que ya demostró eficacia en más de un asunto, y profundizarla en todo lo que sea posible. La lucha será larga y nadie nos va a regalar nuestra soberanía y la justicia para nuestros pueblos.

- Usted ha hablado del “cambalache cultural e ideológico que vivimos y “de las mafias culturales”. ¿A qué se refiere en concreto cuando menciona esos términos?

- Esa expresión viene del conocido tango de Enrique Santos Discépolo, del año 1935, cuya letra es en sí, bien posmoderna. Y es que se registra una mezcla indecente de productos materiales, espirituales e ideológicos como nunca se había registrado en la Historia. Se beatifica a un Papa que protegió la corrupción y la pederastia; se acude al terrorismo democrático por parte de un premio Nobel de la Paz, quien se ocupa de administrar tres guerras al mismo tiempo; se bombardea a Libia por “razones humanitarias” en la crisis que aún no acaba, se otorgan miles de millones de dólares a quienes la provocaron, mientras cientos de miles de personas pierden empleos y casas. Hay gente que contrae matrimonio debajo del agua, en burbujas especiales, y hay quienes estrenan trajes de baño tejidos con hilo de oro. La revista “Forbes” ubica a un conocido narcotraficante mexicano entre los hombres más ricos del mundo… Para qué agregar más, solo dando un vistazo a las fotos de la impúdica “boda del siglo” alcanza. Ah, las mafias culturales… Son parte de cómo en una país se organiza la cultura para darle a los intelectuales del sistema determinadas prebendas, becas, viajes, premios, buenos puestos públicos, etc. Y los otros -la mayoría- quedan fuera. No importa lo valioso de su trabajo o su dedicación constante. Hay sectarismo, hay intereses turbios, hay discriminación ideológica.

- ¿La poesía (los poetas) tienen aún enemigos en este siglo XXI como los hubo en el anterior?

- A veces los enemigos de los poetas son ellos mismos. Se creen que son pequeños dioses o simplemente no escriben bien. En verdad, no tienen más enemigos que los luchadores sociales o los trabajadores que pelean por su salario o los militantes políticos que hacen su lucha por la democracia real y la felicidad colectiva. Hubo y hay poetas reconocidos que lo pasaron o pasan muy bien (o narradores de ultraderecha como el marqués Vargas Llosa).

El poeta es un ciudadano como cualquier otro, cuyo don es trabajar las palabras en acuerdo con las musas de todos los tiempos. No es poca responsabilidad. Y debe cantar metiendo en su ritmo la respiración de la época en que vive, pues ese respirar se juntará con las innumerables respiraciones que nos llegan desde el fondo de la Historia.






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