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jueves, 11 de febrero de 2010

Verdades Peligrosas

Un texto publicado en inSurGente acerca de como decir la verdad y ser solidario puede (y suele) ser catalogado como extremadamente peligroso para los gobiernos fascistas y autoritarios:

Asel Luzarraga o el riesgo de la palabra

Laura Mintegi

Hoy, miércoles, Asel Luzarraga será llevado nuevamente desde la cárcel a la Audiencia de Temuco. Si sucede como en las veces anteriores, lo llevaran esposado de manos y tobillos, vestido con un buzo -ropa de trabajo- que le quedará demasiado grande y rodeado de policias armados hasta los dientes. Según la justicia de Chile, Asel es un preso muy peligroso.

En su pequeño tamaño ("the little punky" lo llamaban los escritores de otros países en el congreso de la Asociación Internacional de Escritores PEN del año pasado) Asel es grande; grande y peligroso.

Sí, tenemos que reconocer que es "peligroso" opinar. Es "dangerous" apoyar una causa aunque no sea la propia. Es “hasardeux” levantar la voz ante el poder. Al parecer es “pericoloso” pronunciar palabras que no desean ser escuchadas. Resulta “gefährlich” poner en evidencia ante todo el mundo la injusticia, el genocidio, la represión a los pueblos minorizados. Y así es como han tratado a Luzarraga en Chile, como peligroso, porque ha dicho la verdad. Porque las palabras tienen una fuerza enorme cuando son verdaderas. Y es que el eco de las palabras llega más lejos que el estruendo de un explosivo.

El hecho de que hayan querido tapar la verdad que Asel Luzarraga contaba nos ha hecho reparar aún más en la situación de las comunidades indígenas en Latinoamérica. Sabemos que las escabechinas que comenzaron en el siglo XVI no han parado todavía. Vemos cómo siguen robando oro, plata, el agua, los bosques y la tierra en Chile, Argentina, Brasil, Colombia, Ecuador y en otros muchos paises.

Sabemos que hay decenas de mapuches en prisión en las cárceles de Chile, muchas personas que no han sido aún juzgadas esperando juicio y otras tantas con condenas de más de 15 años. Nos hemos aprendido los nombres de las últimas personas asesinadas, Matías Catrileo entre ellas: el estudiante de 22 años que fue tiroteado por la espalda en 2008. El año anterior hirieron al niño Patricio Queipul de 13 años metiéndole seis disparos de posta en el pecho, y unos años antes habían asesinado a Daniela Ñancupil, también mapuche, una niña de 13 años.

La verdad hace daño al poder y por ello trata de controlar la información. La mayor parte de los diarios chilenos está en manos de dos empresas, El Mercurio y Copesa, y en cuanto a las emisoras de radio, resulta sorprendente ver que el 60% de ellas sean propiedad de la empresa española Prisa.

Si alguien intenta romper el cerco informativo la presión es brutal. Hay ejemplos por todos lados. Reporters sans Frontieres denunció en mayo que dos cineastas franceses y dos italianos fueron encarcelados y expulsados de Chile, siéndoles prohibida la posterior entrada en el pais. Los acusaron de "acciones terroristas". Lo único que estaban haciendo era recoger información para difundirla internacionalmente en sus documentales.

El fotógrafo Victor Salas de la agencia EFE perdió un ojo mientras realizaba su trabajo, cuando un carabinero a caballo le golpeó.

El fotógrafo italiano Massimo Falqui Massidda fue encarcelado la semana pasada y aún no se sabe apenas nada sobre su situación.

El caso más grave es el la cineasta chilena Elena Varela. A esta escritora, periodista y documentalista le han acusado de asesinar a dos policías, y también de robar en un banco. Su verdadero delito es que estaba realizando un documental sobre la comunidad mapuche. Ha estado dos veces encarcelada y de confirmarse la condena que el fiscal le pide tendrá que pasar 15 años en prisión.

¿Para qué seguir enumerando casos? Palabras, imágenes. Ahí es donde está precisamente el peligro: en denunciar los hechos, al poner de manifiesto lo que está sucediendo, al tender el micrófono a quienes están siendo silenciados y ofrecerles la posibilidad de contar. Ése es el verdadero delito. Ése ha sido el pecado de Asel, porque las palabras son peligrosas cuando no se quiere escuchar la verdad.


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