Desde su perfil de Facebook nuestro amigo Iñaki Egaña hace cera y pabilo de sus paisanos europeos con este texto en el que no se salva nadie.
Adelante con la lectura:
El marco moral europeoHace ahora doce años, Europa, o al menos una parte de ella, hizo un par de reverencias de vasallo en las que llegó a tocar el suelo con su testuz. Sin inmutarse. Su señor, como desde el fin de la Segunda Guerra mundial, era Washington. Y en ambas ocasiones, a pesar de las circunstancias supuestamente adversas para sus intereses, la Unión Europea agachó la cerviz. En aquel verano de 2013, diversas filtraciones confirmaron que EEUU espiaba a gobiernos e instituciones europeas a través de un sistema llamado Prism. Barack Obama y Angela Merkel se reunieron para aplacar enfados y ofrecer unas explicaciones inexplicables. Condena del Parlamento europeo del espionaje y pelillos a la mar.
Coincidió que en Moscú se celebraba simultáneamente una cumbre de estados exportadores de gas. En esas fechas, Edward Snowden se encontraba aparcado en el aeropuerto de la capital de la Federación rusa, a la espera de la decisión del Gobierno de Putin sobre su decisión de asilo. Él fue, probablemente, quien filtró que EEUU, Reino Unido, Canadá, Australia y Nueva Zelanda espiaban a ciudadanos de todo el mundo, incluidos gobiernos, que robaban roban datos a escala planetaria y los utilizaban para sus propios fines. Washington había puesto precio a su cabeza, al igual que a la de Julian Assange que entonces se encontraba ya en la embajada de Ecuador en Londres.
Sucedió que a Evo Morales, presidente entonces del Estado Plurinacional de Bolivia y presente en la cumbre, se le ocurrió decir que en caso de que Snowden solicitara asilo en su país, se lo pensaría. Suficiente para que los analistas de la CIA o de la NSA, desconozco si los mismos que “descubrieron” armas de destrucción masiva en Irak, supusieran que en el viaje de vuelta a La Paz, Morales se llevaría en su avión a Snowden. Partió el aparato de Moscú y de inmediato el avión presidencial boliviano recibió la negativa de Italia, España, Francia y Portugal para que sobrevolara su espacio aéreo. Sin confirmar, algunas noticias de entonces sugirieron que Madrid intentó que el avión aterrizara en Canarias para que fuese el CNI o la Guardia Civil quienes descubrieran a Snowden acurrucado bajo el asiento de Evo. Mariano Rajoy, Pedro Morenes y Jorge Fernández Díaz eran la cúpula gubernamental, así que todo era posible. El avión de Morales aterrizó finalmente en Viena y el presidente estuvo retenido 13 horas hasta que los agentes no encontraron pista del supuesto fugado. Snowden seguía en Moscú, consiguió un permiso temporal de residencia, hasta que en 2022 se nacionalizó ruso.
Estos dos actos coincidentes de servilismo se han repetido en décadas, hasta la última entrevista de Úrsula von der Leyen con Donald Trump, estableciendo un “acuerdo económico” despreciable desde cualquier ángulo que hipotecará el futuro de los europeos de la Unión en los próximos años. Mark Rutte, ex primer ministro de Países Bajos y hoy secretario general de la OTAN, llamando “papá” a Trump escenifica en una expresión la infamia sistémica. Y, en esta deriva, pocos se salvan de la quema. Para la mayoría, incluida esa izquierda moderna y posmoderna, la Unión Europea iba a ser la panacea y la tabla de salvación para la economía mediterránea atrasada con respecto al motor alemán. Cuando el Parlamento español ratificó la firma del Tratado de Maastricht (Unión Económica, Política Exterior y Seguridad Común), únicamente tres parlamentarios del conjunto del hemiciclo votaron en contra del acuerdo de las elites. Los tres diputados que entonces tenía Herri Batasuna en Madrid. Las críticas abertzales se refirieron a una construcción económica gestionada por las elites capitalistas, marginando a los intereses de la clase trabajadora. El tiempo les dio la razón.
Hoy, sin embargo, manteniendo la reprobación a la sumisión y a la construcción económica y seguritaria de la Unión Europea, el hecho referencial se centra en una calificación que alcanza a las anteriores, Europa como cuna de las derechos humanos. Una ilusión forjada a través de la memoria de salón, a pesar de hayan existido decenas de experiencias abortadas comenzando por la Comuna de París. Una ficción que ha generado en las elites políticas y académicas una especie de superioridad moral que no se corresponde en los tiempos que vivimos con la realidad. Apoyando el genocidio en Palestina y alargando la guerra en Ucrania por intereses inexplicables. La Unión Europea y el Reino Unido están repitiendo su propia historia: exterminar durante siglos a los pueblos del planeta susceptibles de extraer sus recursos.
Este marco moral, asentado en una supuesta defensa de los derechos humanos, no tiene ni pies ni cabeza, porque la validez de los mismos ha estado y está sujeta a los valores económicos. Los 300.000 millones de dólares de los activos soberanos rusos congelados por la Unión Europea (principalmente en Bélgica y Francia), motivo de negociación en Alaska entre Putin y Trump, concitarán un nuevo crack, si como exige Washington, el embargo se levante con la condición de que parte de los mismos sea invertido en EEUU. ¿Qué pasará con París y Londres cuando se descubra que echaron mano de los activos congelados y no puedan devolverlos en su integridad? ¿Alargarán la guerra en Ucrania hasta el colapso? ¿O inventarán otro conflicto bélico en los Balcanes con una nueva fábula como la de las armas de destrucción masiva? ¿Dónde saquear? Pocos derechos humanos en la agenda.
La hipocresía con respecto a Palestina no tiene nombre. La citada Von der Layen, tal y como Berlín, París o Londres, derraman lágrimas de cocodrilo y muestran su supuesto malestar por la muerte por hambruna de centenares de niños. Mientras, un 5% del PIB para armamento y un soporte monumental a la estrategia genocida de Tel Aviv. El escenario está servido: polarizar para inflamar. No son buenos los presagios y aunque la historia no se repite ni siquiera como farsa, el futuro cercano incendia ya el presente. Y lo peor, que no sé si somos conscientes de ello.
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