Desde su perfil en Facebook traemos a ustedes este texto de Iñaki Egaña. En el mismo se analiza el tratamiento mediático que se ha dado al conflicto entre Moscú y Kiev, poniendo énfasis en las medidas demenciales que la Europa rusofóbica ha emprendido en contra del fantasma soviético, llegando incluso al extremo de prohibir a Dostoievski.
Adelante con la lectura:
La maleta, Gernika y Dostoievski
Iñaki EgañaEste pasado lunes, la mayoría de los diarios estatales y algunos locales abrían sus portadas con un titular similar y una foto proporcionada por dos agencias, AP y Efe. La noticia refería al ataque de las tropas rusas a civiles, con el titular más radical desde El Correo: “Los rusos disparan a todo lo que se mueve”. La foto, estremecedora, una maleta de viaje impecable colocada para la ocasión, con varias víctimas de fondo, cubiertas con unas sábanas. En Irpin.
La imagen es ciertamente sobrecogedora. Y agrieta el corazón. Como aquella fotografía del niño kurdo Aylan ahogado en una playa de Turquía cuando escapaba del horror de la guerra en Siria. Nos mueven los sentimientos y apenas reparamos en el contexto, encaminados como estamos a la compasión y, por extensión, rechazo, como en el caso de Irpin, a quienes han provocado la tragedia. Y bien que lo tenemos, pero el entorno es muy complejo, con matizaciones. ¿No era Irpin un corredor humanitario pactado entre Kiev y Moscú? ¿Rompió el Ejército ruso el compromiso? ¿Fue el batallón Azov, neonazis voluntarios del Ejercito de Ucrania, el que atacó a los civiles que huían del fuego?
La verdad es que la mentira, terrible paradoja, imperante en las redes antes de la invasión, es la gran aliada de unos y otros. Con respecto a la central nuclear de Zaporiyia fueron tres la versiones: ataque de brigadas ucranianas a la central controlada por los rusos, incendio en un edificio de la población al margen del recinto nuclear y bombardeo de la central por parte de aviones rusos. ¿Cuál es la cierta? El departamento de Estado norteamericano, que fue quien difundió la noticia después de que la diera Zelinsky, la mandó retirar. Sin embargo, la versión que nos llega casi unánimemente es la del bombardeo ruso. Es muy probable que Zelinsky mienta, aunque ello no le convierte en creíble a Putin.
Nos hemos tenido que enterar por un medio deportivo español de la muerte por un grupo neonazi ucraniano de Maxim Ryndovskiy, un luchador ucraniano de elite. Por equidistante. También, en letra pequeña, que el banquero Denis Kireev, miembro que formó parte de la delegación de Ucrania en las negociaciones con sus homólogos rusos en Gomel (Bielorrusia) fue ejecutado por traición a su regreso a Kiev. Según la información, el SBU (servicio secreto ucraniano) fue el verdugo. ¿Quiénes dan mayor relevancia a una información sobre otra?
Resulta, además, que cuando todos los medios rusos o aliados han sido censurados en Occidente, cuando enviados especiales como nuestro compatriota Pablo González son encarcelados, cuando el mensaje sobre el éxodo es extremadamente hipócrita y racista con relación a otros (sirio, iraquí, yemení, palestino, saharaui…), las dudas sobre las noticias que recibimos se agrandan. Tengo la impresión, la desagradable impresión en esta invasión que está costando miles de vidas humanas, que las imágenes que nos llegan son aquellas del Nodo franquista. Buenos y malos. Un enemigo prefabricado hace décadas: el conjunto del pueblo ruso.
El relato es la parte virtual de los escenarios sociales, la que gana las guerras después de las tragedias. Durante décadas, nos achacaron ser responsables de la quema y el saqueo de Gernika. Los rojos y los separatistas. Y lo hacía nada más y nada menos que un Gobierno sostenido por Washington en plena Guerra Fría. Una gran impotencia.
Hace unos años, se produjo un cambio. Berlín reconoció su culpa, y Madrid se negó a secundarle. La verdad a medias. Sin embargo, volvieron a las andadas. Koldo Serra dirigió un esperpento de película, titulada precisamente “Gernika”. La población civil y el bombardeo de los aviones nazis eran un decorado secundario. El principal, los rusos, los soviéticos en este caso, que por una serie de intrincadas maniobras controlaban al gobierno del lehendakari Agirre. Como si von Richthofen y su Legión Cóndor no tuvieran más remedio que bombardear Gernika por la supuesta alianza entre vascos y Moscú.
Alimentar a la bestia eso es lo que tiene. Y es lo que está sucediendo con ese enemigo al que achacar todos los males de la sociedad. No es solo Putin y su equipo de oligarcas el objetivo. Es todo el pueblo ruso, como lo fue el heroico soviético (25 millones de muertos en su lucha contra Hitler), como lo fue Ho Chi Min y el pueblo vietnamita que plantó cara a los imperios francés y norteamericano. Como lo serán los pueblos chinos cuando Washington cargue en la siguiente contra Xi Jinping.
En esta carrera desbocada hace unos días nos desperezamos con la noticia de que la Universidad Bicocca de Milán había prohibido un ciclo de conferencias sobre Dostoievski, a pesar de llevar muerto más de 140 años. El alcalde de Florencia confirmaba, asimismo, que había recibido una petición para derribar la estatua de Dostoievski. ¿Se imaginan esa tendencia con los habitantes de todos los estados imperialistas? Nos quedaríamos sin libros, museos, estatuas y recuerdos.
A este paso eliminarán de nuestras bibliotecas a Tolstoi, Pushkin, Chejov, Bulgakov o Gogol. También prohibirán escuchar música de Kórsakov, Chaicovski o Stravinsky. Al pertiguista Bubka le retirarán las medallas porque nació en la población de Lugansk. A Kandinsky, natural de Siberia, le quitarán sus obras del Lenbachhaus de Munich. ¿Nuestros niños vascos de la guerra muertos en el frente de Leningrado serán borrados de las listas de Gogora?
Y lo que es peor, como en otros tiempos, tendremos que esconder los retazos de la verdad, ocultarlos en desvanes oscuros, en el doble fondo de nuestras repisas. Entre esos tesoros, las letras de Svetlana Aleksiévich, nobel de Literatura en 2015, que escribió en ruso unas intuitivas líneas que compartirán un día nuestros nietos: “A veces no se puede seguir mintiendo. Pero tampoco se pueden escuchar las mentiras. La mentira tiene muchas caras: esas caras pueden ser amables, muy convincentes. Tampoco la verdad es inmutable, tiene muchas caras y, con su nombre, nos llegan muchas cosas”.
°
No hay comentarios.:
Publicar un comentario