No entender como funcionaba realmente el estado español fue lo que llevó a que algunas personas, como por ejemplo, el Subcomandante Marcos del EZLN, realizaran declaraciones muy poco afortunadas.
En el afán de que se entienda mejor, les compartimos este texto de nuestro amigo Iñaki Egaña que él ha publicado en su muro de Facebook:
El Deep State español
Iñaki Egaña

Estamos acostumbrados, más en los últimos años, a definir el Estado profundo (Deep State en la nomenclatura anglosajona) como el poder oculto que domina el planeta. Cubículos que se desperdigan por los países más desarrollados y que marcan la tendencia en el devenir económico, militar y político. En los últimos meses, el debate sobre su actividad se ha disparado en EEUU tras el advenimiento de la segunda legislatura de Trump, llegando a excusar al presidente de sus verdaderas intenciones, y disculpándolo del no cumplimiento de sus propósitos: el fin de la guerra en Ucrania, la difusión de los documentos del Caso Epstein, su acercamiento a la Federación rusa para distanciarla de China… Supuestamente, Trump ha sido engullido por el Deep State que finalmente marca objetivos. La deriva ha activado seguidamente otra estrambótica, en los lindes con las teorías conspiranoicas que desde la pandemia de la Covid se han disparado exponencialmente. Los terraplanistas se han alineado con los defensores de la tesis que los aviones fumigadores fueron los causantes de la pandemia, todas las vacunas contienen un chip de espionaje, el gran remplazo o el pornomarxixmo. La verdad es que Trump les ha dado alas con su verborrea, pero estos falsarios no tienen que ver en absoluto con el pensamiento crítico. Sus narrativa acusa a unas determinadas sociedades secretas, algunas de ellas incluso procedentes de exoplanetas, de ser los causantes del desorden mundial. Los QAnon de la política, expandidos como escarabajos por los cinco continentes.
El Deep State es, por el contrario, una estructura bien real. No únicamente en EEUU, sino también, entre otros, en el Estado español. Y si en Occidente sus objetivos tienen que ver habitualmente con mantener la supremacía militar y sobre todo económica, en el Estado español se añade una tercera característica, la emotiva. Podría parecer una anomalía que ya avanzado el siglo XXI -con la robótica, la IA y la manipulación del ADN en puertas-, lo sentimental tenga valor político. Pero así es. Lo dijo hace una centuria el fundador de Falange: “España es una unidad de destino en los universal”. Y bajo este argumento, con el que fue creado el escenario para identificar a los enemigos modernos, las élites oscuras, las del Estado profundo, marcaron los adversarios, a los que añadieron un plus de hostilidad. Que somos nosotros, registrados ya al nacer como “rojos” y “separatistas”.
El Estado profundo español ya fue definido durante los últimos años del franquismo con una expresión que a los de nuestra generación nos resulta habitual, aunque a las siguientes les pueda parecer anacrónico: “poderes fácticos”. Entonces se identificaban como los militares, la banca, la iglesia y las grandes corporaciones económicas. Los aduladores de la Transición apuntaban que, con la llegada de la democracia borbónica, esos poderes fácticos desaparecieron. No lo creo. Sucede que los hemos identificado con otros apelativos: Policía Patriótica, UCO, CNI (bajo batuta militar los tres), el Ibex 35, medios de comunicación (rescatados por la Banca todos ellos), la Judicatura… En una expresión acertada, Fonsi Loaiza identificaba a estos hombres (el género es unanimidad) como los habituales del palco del equipo de fútbol español por excelencia: “El Palco del Real Madrid funciona igual que el de las cacerías de Franco, la máxima expresión del poder simbólico”.
Charles Pasqua, aquel empresario metido a ministro del Interior francés de nefasto recuerdo para la comunidad de Ipar Euskal Herria, que inauguró la “entrega en caliente” de Policía a Policía de centenares de refugiados que luego eran torturados en Madrid, definió su actividad justificándola con la Razón de Estado. La IA describe esta razón de Estado como una “preocupación superior” (a saber a qué se refiere con “superior”), que “puede necesitar derogar ciertas reglas jurídicas y morales, especialmente en circunstancias excepcionales”. Esta vez la IA lo ha pillado a la perfección. Cristóbal Montoro podría justificar su defensa precisamente con este argumento. Ya lo hicieron diversos gobiernos hispanos en las últimas décadas al sur de la muga, aludiendo a la excepcionalidad. También se justificaron, con éxito, los estafadores que defraudaron a la Hacienda que dirigió Cristóbal Montoro. Llevaron sus fortunas a paraísos fiscales para evitar el pago del llamado “impuesto revolucionario” que exigía ETA. La inviolabilidad del Borbón, sellada por la Constitución española que integraba los pilares de la España decimonónica, fue revocada cuando su abdicación. Entonces, apareció de una chistera una ley orgánica ad hoc, que contó con el apoyo del PP y del PSOE, y que concedía aforamiento al monarca saliente. Exiliado desde 2020 en Abu Dabi, ese aforamiento es suficiente para que ningún togado se atreva a meterle mano cuando retorna a la Península Ibérica para participar en algún sarao explícitamente preparado por sus acólitos.
Ese Estado profundo que trata de preservar los valores económicos ha saltado a la palestra con la Hacienda Patriótica creada o mantenida por el citado ex ministro Cristóbal Montoro, tal como sucedió con el caso de José Manuel Villarejo y la trama de la Policía Patriótica. La Iglesia vaticana que recibió la ayuda de 35.000 inmatriculaciones (1.500 en Hego Euskal Herria) o la validez de la jurídica Doctrina Botín, excepto para juzgar a los imputados de Euskaldunon Egunkaria son también ejemplos recientes. En el Procés catalá, la actividad del Estado profundo se mostró también con claridad, desde la actuación primera del monarca sustituto, con un discurso levantisco hasta el apaleamiento de votantes y quema de urnas por agentes de la autoridad.
La práctica nos demuestra que, en los temas de comer, quien ordenan líneas políticas son aquellos que Dionisio Ridruejo definió como “la verdadera comunidad nacional”. Me atrevo a citarlos: togas, tricornios, alcantarillas, gabardinas y parqués bursátiles.
°