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sábado, 12 de julio de 2025

Egaña | Agente Encubierto

Retornamos al tema del espionaje llevado a cabo por parte de los estados en contra de los movimientos sociales, ya sea con infiltrados o ya sea con agentes encubiertos, con este texto que Iñaki Egaña ha compartido en su cuenta de Facebook:


Agente encubierto

Iñaki Egaña

Ron Stallworth fue el primer detective afroamericano en el departamento de Policía de Colorado, en su sección de inteligencia. Su piel le convirtió en una excepción entre los objetivos de los que habitualmente trabajan como agentes encubiertos. En Occidente, la gran mayoría de quienes ejercen de infiltrados tienen de objetivos las asociaciones y grupos de izquierda, entre las bambalinas de los subversivos. Stallworth, pese a ser negro, ejerció de agente encubierto en los medios del Ku Klux Klan, aquella caterva de supremacistas blancos que campaban a sus anchas desde la guerra civil en EEUU. Lo hizo desde el teléfono y cuando necesitó encuentros presenciales, utilizó un doble blanco. El éxito de su actividad lo contó en un libro autobiográfico que Spike Lee llevó a la pantalla recientemente, “BlacKkKlansman”.

Ya en la cercanía, y siguiendo la línea de aquellos que se infiltraban para cazar subversivos, los agentes encubiertos han pululado entre nosotros como las moscas de la fruta. Siempre me ha llamado la atención que promover semejantes funcionarios, convertirlos a fin de cuentas en actores, necesita de un trabajo previo enorme, junto a una inversión económica también notable. Y, por tanto, que los objetivos elegidos para esos agentes encubiertos deberían de ser de alto nivel político o social. Sin embargo, los casos que han trascendido nos demuestran que aquí, como decía el eslogan de hace unas décadas, “todos somos sospechosos”. Tanto quienes trabajan en las direcciones de los grupos izquierdistas, como los simples plumillas, baserritarras o miembros de asociaciones de vecinos que ni siquiera tienen un espacio en la prensa local.

Para reforzar el párrafo anterior me voy a sostener en una historia que contó Ricardo Urrizola, en su “Consejo de guerra. Injusticia militar en Navarra (1936-1940)”, un mastodóntico trabajo de vaciado de los archivos de la Comandancia Militar del Viejo Reino referidos a la época citada en el título del libro. En aquel período, Franco designó al general Severiano Martínez Anido responsable de Seguridad Interior, lo que a la postre le llevó a la creación de un servicio de información y contraespionaje. Esteban Lipuzcoa fue uno de los encargados del servicio en Nafarroa y, como era de esperar, organizó un talde de agentes encubiertos que dispersó por el territorio. Martín Jiménez Melero fue uno de ellos. Ejerciendo su actividad, se acercó a una chica llamada Filomena a la que con halagos y querencias, prometió matrimonio si ambos conseguían cruzar la muga. Todo era un farsa. El objetivo de Jiménez Melero era otro distinto al amoroso. Pretendía destripar a los mugalaris y descubrir las vías de escape, en unos años en los que los franquistas habían convertido a Nafarroa en un gran cementerio de republicanos. A las primeras de cambio, el agente puso en conocimiento de sus superiores su maquinación. Y, ni cortos ni perezosos, la Guardia Civil detuvo y encarceló a Filomena. Hubo juicio, por eso Urrizola conoció el expediente. Jiménez Melero se presentó como acusador, con el aval de agente encubierto, y Filomena salió absuelta. No había caído en las redes supuestamente apasionadas del infiltrado. Así que el agente salió trasquilado, aunque continuó su labor en los años siguientes, destinado en Cascante.

Esta sencilla crónica, con final feliz, fue superada por otras de signo contrario. Fueron varios los casos de agentes encubiertos infiltrados en la guerrilla, en el maquis, que lograron descubrir la clandestinidad de luchadores comunistas que dieron su ultimo aliento frente a un pelotón de fusilamiento. El médico gasteiztarra Luis Álava Sautu, que trabajaba para la red de los Aliados contra el nazismo, fue ejecutado por el soplo de un infiltrado en la sede del Gobierno vasco de París. En la capital francesa fue muerto en 1976 el anarquista Laureano Cerrada por unos desconocidos. Años antes, había intentado acabar con la vida del dictador Franco un día de regatas en Donostia. Acción que fracasó por la delación de un infiltrado en el movimiento revolucionario. Inocencio Martínez, otro agente infiltrado, abortó el secuestro del director del Banco de Bilbao en Francia, que los GARI (Grupos de Acción Revolucionaria Internacionalista), con los que colaboraba nuestro Lucio Urtubia. El objetivo era canjearlo por Salvador Puig Antich, ejecutado por el franquismo unos meses después como venganza al tiranicidio de Carrero Blanco. El policía Abderramán Muley Moré se infiltró en el DRIL y marcó objetivos, entre ellos la bomba en la estación de Amara de Donostia que mató a la bebé Begoña Urroz y que décadas después, con una desvergüenza supina, el Estado español atribuyó a ETA.
Hoy, a pesar de los avances técnicos, los agentes encubiertos continúan siendo una pata indispensable del espionaje político. Los medios alternativos, han descubierto recientemente hasta ocho agentes encubiertos en movimiento sociales del Estado español. Probablemente la cifra será más alta y, conociendo los manuales clásicos, otros esperarán su turno para su activación, mientras se mantienen como agentes durmientes. A las inclinaciones del CNI para infiltrar agentes en movimientos sociales de Madrid y Països Catalans se añaden las particularidades en Euskal Herria susceptibles de rastreo: grupos memorialistas, red de torturados, activistas de derechos humanos… Indicios los hay.

Por esta tendencia y por la naturaleza del Estado español, no me ha sorprendido el argumento de Benet Salellas, abogado de Santos Cerdán, que abrió la tesis de que Koldo García podría ser un agente encubierto. No voy a defender ni de lejos, la honorabilidad de un PSOE, cubierto de episodios de corrupción desde la Transición. Hijo del Régimen del 78. Pero los objetivos finales del Estado profundo son los aliados de ese PSOE en el Gobierno central. Como siempre, la unidad sacrosanta de España. Y en ese análisis, catalanes y vascos siempre hemos sido y seguimos siendo prioridad.

 

 

 

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