El súbito corte en el suministro de energía eléctrica que afectó a Portugal y al estado español ha sido puesto bajo la lupa por parte de Iñaki Egaña, quien nos comparte este texto en su página de Facebook:
Apagón
Iñaki EgañaLa caída en la red ibérica de energía este pasado lunes ha desplazado del interés general otros temas candentes de actualidad que, de otra manera, habrían saltado a las portadas: la actuación de la armada de EEUU y Gran Bretaña lejos de sus fronteras, en Yemen; las confabulaciones para elegir al sucesor de Jorge Mario Bergoglio al frente de un Estado confesional con sucursales a lo largo del planeta; los 100 días de Donald Trump dirigiendo el Capitolio que asaltó hace una legislatura; la continuidad del genocidio sionista en Palestina; los 50 años de la derrota yanki en Vietnam; el coup de force de la narco-mafia contra el Estado francés… En la cercanía, los 25 años de que Iparretarrak decidiera abandonar la lucha armada, un aniversario redondo desapercibido sorprendentemente por nuestros medios. Todas estas cuestiones merecerían uno de los artículos que realizo semanalmente. Alguno recuperaré próximamente. Sin embargo, la compra compulsiva de papel higiénico y botes cristalinos de garbanzos en las tiendas de mi barrio, me han decantado, al margen de presentar nuestra creciente fragilidad, a reflexionar sobre este crack energético puntual.
La caída energética ha sido una singularidad histórica, una anomalía excepcional en Euskal Herria, no tanto en Occidente, que nos atrapó durante horas al sur de la muga, apenas un minuto al norte. Tiene su lógica ese interés, tanto por las derivadas que ha planteado, como por la vulnerabilidad que ha desnudado. Hasta ahora, habíamos conocido otra serie de apagones, el mediático el más notorio. Cuando el relato interesado de los estados era puesto en cuestión, el silencio, en esa ocasión, dominó el entorno. Esta vez, la caída de la red ha llegado con una primera y gran constatación. Ya hemos cruzado la línea entre lo analógico y lo digital. Vivimos, a pesar de las excepciones, en un espacio fuertemente automatizado y dependiente de factores humanos algoritmizados y, sobre todo, tecnológicos. Tiene sus ventajas, sin duda, pero los riesgos a la vista están, más aún cuando no han sido diseñados como ventajas para vivir mejor o como escribió Paul Lafargue para ejercer el derecho a la pereza. Sino como negocio extractivo en tiempo récord. La energía, nos lo ha repetido hasta la saciedad Josu Jon Imaz, es un ejercicio lucrativo y, como tal, sujeto a las normas pandilleras impuestas por los consejos de administración de las empresas del ramo. Hace bien poco asistimos a sus chantajes con motivo del arranque del impuesto energético.
La primera de las lecciones ha sido la relativa a cómo funciona el sistema energético hispano. Mis nociones eran básicas. Apenas conocer que el 80% de la red pertenece a cinco empresas privadas en cuyos consejos de administración navegan estados como Qatar, Abu Dabi o China, fondos buitre como BlackRock, bancos y empresarios textiles u otros de la lista Forbes. Son un oligopolio, que cobran la electricidad a precios exorbitados, de los más caros de Europa. La energía es estratégica para cualquier estado y que su propiedad esté en manos de especuladores financieros, ya nos da una idea del sistema que padecemos. Un sistema llegado al límite de la extracción, porque en vecinos también capitalistas, las empresas energéticas continúan perteneciendo al Estado. Estas cinco empresas son las que deberían haber invertido en cortafuegos y mantenimiento para que el apagón no sucediera. Hemos sabido, asimismo, que en otras ocasiones recientes estuvimos a punto del colapso. Pero no se pusieron los remedios. Tal y como sucedió en Nueva York hace un par de décadas, cuando la ciudad y y otras zonas de EEUU y Canadá se quedaron sin energía, provocando el caos y un centenar de muertes. La investigación institucional posterior señaló que la empresa gestora “no reconoció ni entendió el deterioro del estado de su sistema”. Algo así nos contarán sobre el apagón del lunes dentro de un año, cuando concluyan los informes.
Otra de las reflexiones acude con la ofensiva contra las energías renovables (fotovoltaica y eólica). Aprovechando que son fuentes intermitentes, -sol y viento-, sus detractores, los mismos que niegan el cambio climático, han explotado el apagón para poner en el punto de mira a la transición energética y eludir la responsabilidad ante las perturbaciones y su falta de mecanismos para mantener el sistema en equilibrio. Han recalcado que, en el momento del colapso, la mayoría de la energía provenía de fuentes fotovoltaicas, como si ello fuera la causa final. Esa cifra tiene un origen sencillo: producir electricidad barata y venderla cara. Asimismo, el lobby nuclear ha trabajado para llevar el ascua a su sardina. Esos sistemas correctores brillan por su ausencia en la Península ya que, en un modelo privado, y como apuntaron sus defensores, su instalación afectaría a la “competitividad y genera incertidumbre”. Nuevamente la máxima del capitalismo.La frivolidad con la que han tratado la mayoría de medios el colapso nos encara el tipo de sociedad a la que nos van arrastrando. Los bulos, fakenews y las mentiras, han desplazado al rigor. Y no sólo desde las redes, sino también desde esos canales oficiales a los que se refería el presidente español como únicos verificables. Medios públicos, estatales y autonómicos, han participado de la farsa. Sin casi percibirlo, el efecto Trump, como una ristra de dominó, va apropiándose de nuestros escenarios. Lo grave reside en que cada vez es más complicado separar la paja del trigo, la ficción de la realidad, la falsedad de la verdad. Si a ello añadimos que lo secundario ha sustituido a lo principal (“me quedé sin poder freír los huevos”, “suspendieron el concierto de mi primo”, “han sido los chinos para vendernos linternas”…), el cóctel asusta.
Fragilidad, vulnerabilidad, desinformación, despojo, negocio caníbal, desmantelamiento de lo público… El apagón ha desnudado los códigos de esta sociedad de 2025 que camina, si no lo remediamos, hacia el abismo. Y los amos de las eléctricas, junto a sus valedores políticos, algunos de ellos en Lakua, arriman el hombro para que así sea.
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